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Silvana Corso.
«Vienen a la escuela después de que les haya violado el padre»

«Vienen a la escuela después de que les haya violado el padre»

finalista de los Global Teacher Prize

Javier Bragado

Domingo, 19 de febrero 2017, 00:16

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En el barrio porteño de Villa Real el destino lo condiciona un puente. Al un lado se localiza el conflictivo suburbio Ejército de Los Andes, custodiado por la Gendarmería argentina por los elevados índices de delincuencia derivada de una pobreza irremediable. Muchos quieren cruzar el nexo fronterizo por numerosos motivos, pero uno de los más estimulantes es el de acudir al centro de Educación Media Nº2 'Rumania' porque allí el lema es 'En esta escuela estamos todos' y ese 'todos' excede cualquier definición de diccionario.

Silvana Corso es quien sostiene con más fuerza ese puente del destino. «El barrio donde está la escuela es el más chico de la Capital Cero y es de clase media. Para ellos, ver pasar a los chicos significa que no es una escuela de calidad. Las que trabajan en este contexto están como clasificadas como escuelas de segunda porque hay como una fantasía de que bajas el nivel porque ¿cómo haces con estos chicos?», aclara la directora. Los prejuicios se disparan y apuntan a que Rumania debe ser un centro de ayuda que realmente no existe. «Esto tiene que ver con que aprendan porque nosotros no hacemos otra cosas que hacer funcionar una escuela. No es una guardería, no es un club, no es un hospital. Yo soy profesora, no sé trabajar de otra cosa», reclama la mujer de 46 años que fue incluida entre los 50 mejores docentes del mundo en 2016 por Global Teacher Prize como reconocimiento a su proyecto.

Para no perder a nadie, la docente eligió llevar a cabo el proyecto inclusivo a base de aprender y desaprender las habituales pautas. «Es una escuela secundaria común que da el título oficial para entrar a la universidad o trabajar, pero trabajamos en contexto de pobreza en un barrio que acá es muy conocido popularmente como Fuerte Apache (apodo local de Ejército de los Andes). Trabajamos con chicos judicializados o alumnas madres. Tenemos a los bebés en la escuela sin tener guardería porque las chicas cuando tienen sus bebés igual quieren venir con sus chicos», explica la docente en conversación telefónica desde Argentina.

A pesar de los obstáculos y de los errores desde que el centro se fundó en 1990, la directora de 46 años ha encauzado el centro sin olvidar las limitaciones de una sociedad incontrolable. «Los chicos reconocen las escuela como su hogar sin nosotros cumplir esa función porque sería muy duro asumir la responsabilidad del papá o la mamá porque las historias son tremendas. No podemos perder el foco y cuál es nuestro objetivo», recuerda Corso sobre alumnos que raramente tienen familiares en los que apoyarse debido a los fallecimientos o encarcelamientos.

Flexibilidad y personalización

Rumania se ha adaptado con el tiempo y la personalización como principal herramienta. «No es improvisado porque no podemos darnos ese lujo. Jugar al acierto y el error con una vida en el medio es peligrosísimo porque puedes marcar a un chico para toda la vida. Está pensado y con un buen marco teórico», sostiene Corso. Así, los métodos evitan los deberes porque la realidad es un muro demasiado alto antes del puente. «Una cuestión que rompemos es eso de las tareas. En las condiciones en las que viven no tienen espacio ni tiempo. Sabemos que todo tiene que pasar en la escuela. Es muy difícil lograr que ellos desde afuera se conecten porque la realidad les tapa, tapa a la misma escuela. De hecho, son chicos que vienen y anoche los violó el padre porque antes los violaba un padrastro, un tío, un hermanastro... Son realidades superduras y nosotros nos preguntamos '¿cómo haces que ese chico pueda conectarse y aprender cuando está con miedo de volver a la casa o cuando está involucrado en el robo porque esa es la dinámica que tienen y saben que el día anterior perdió a un amigo porque lo mataron?», señala con sobriedad Corso.

Se adaptan horarios, ritmos de aprendizaje y se trabaja con todo lo que alcanza con la innovación. «Nos dicen que en Argentina estamos con alambres. Aun así, es con mucha calidad porque hay muchas ganas y creatividad de los docentes para saber que es suficiente, pero sin dejar de denunciar que es necesaria la inversión y otro sería el resultado en las condiciones que corresponden. Es una escuela pobre, pero no reproduce pobreza más que en las instalaciones», reivindica Corso. «Nosotros decimos: 'que no nos gane el puente'. Eso significaría que les robaron, que les mataron a algún familiar, que le dieron a la droga, que salieron a robar y fallecieron también. La realidad es tan diversa es como la población que atraviesa la escuela. Nosotros le damos las herramientas para que sepan que son protagonistas y que nadie decide por ellos su destino», señala la docente que insiste en presentar a los muchachos como los mayores autores del éxito de su proyecto.

Tomás, el autista modelo

  • El caso de algunos alumnos con problemas mentales ha sorprendido a los profesores. «Son los que más éxito tienen», comienza Corso con una gran sonrisa antes de ofrecer su explicación. «Descubrimos algo los chicos con discapacidad tienen más estrategias que el resto, aprendimos un montón con ellos y el resto de los chicos les imita mucho en lo que es en cuanto a técnicas de estudio. Tienen un recorrido diferente de toda la vida, están todo el tiempo siendo entrenados para pertenecer. Van a psicopedagogos, a psicólogas y les dan herramientas. Los chicos que vienen del Fuerte (Apache) no las tienen porque no hay nada, llegaron y todavía no saben ni el límite de una hoja. Ven a un chico con discapacidad que usa resaltador, que tiene un montón de material propio, las estrategias que utiliza y el resto los imita y lo empiezan a usar y muchas veces mejoran su rendimiento», contrasta la profesora.

  • Corso ofrece el ejemplo de Tomás, una alumno con trastorno del espectro autista que cambió una clase. «Todo el grupo fue pasando con él sin ninguna dificultad porque tenía tantas estrategias y había que organizar tanto la clase que funcionó porque a veces un chico lo que espera es que sea ordenada la clase. Cuando son chiquititos, de primer año de Primaria, quieren que se mantenga cierta lógica, que empiece de una manera ordenada y que retome. Había que organizar tanto que ese grupo se benefició al completo. Pasaron todos. Tuvieron todas las herramientas de Tomás, las tomaron ellos y permitió resolver sin mayores ajustes que los que se hacían para él», señala.

Discapacitados

La incorporación de todos no se limita a los muchachos pobres. «Yo, como tuve una hija con parálisis cerebral que falleció con nueve años (en 2009) me involucré en todo el asunto de la discapacidad y cuando asumí la dirección de la escuela propuse abrir las puertas de verdad a todos», destaca Corso. Jóvenes con problemas intelectuales y físicos se mezclan con el resto en las particulares clases de la escuela. Antes de ser directora, la profesora cursó en la Universidad de Salamanca una maestría de Integración de Personas con Discapacidad y ahora hace hincapié en aumentar su formación junto a sus compañeros desde cualquier campo que pueda ayudar a sus alumnos. Luego, la realidad obliga a que la fuerza del colectivo supere los obstáculos. «Accesibilidad no tenemos nada en el edificio, pero yo siempre pienso que la mayor barrera es la que tenemos en la cabeza. Si 'tenés' cabezas accesibles todo los demás lo 'podés' ir sorteando. Ahí también vamos contra la ley porque subimos a los chicos aúpa, pero si no lo 'hacés' no puedes tenerlos en la escuela», revela.

Corso se siente orgullosa de un proyecto en el que siempre cita al resto de profesores, algunos de ellos antiguos alumnos, para conseguir los objetivos. «Creamos un ambiente. Las dificultades las traen el primer año. Entonces nos toca bailar y mucho porque vienen con la casa misma dentro de la escuela y se pelean, hay robos, insultos... Incluso han golpeado a los profesores, pero no tengo una renuncia de uno porque fue golpeado por un alumno. Saben que es un proceso en que tenemos que trabajar sobre que incorporen los valores de la escuela y que recreen una verdadera cultura inclusiva, que es lo que se puede respirar dentro de la escuela», insiste sobre un centro financiado por el Estado.

En el ámbito individual, desde que fue finalista en los premios Corso ganó popularidad y respaldo para su proyecto. También ofrece conferencias para difundirlo, pero la principal satisfacción se mantiene en las aulas. «El plus es que muestra cómo la escuela puede transformar la sociedad. Después, es un orgullo cuando a fin de año te 'acordás' del camino que hicieron y se te caen las babas al verlos llegar», reconoce. De momento, ha ganado varias veces al puente y por ello lanza un mensaje al mundo: «Lo innovador es que armamos una escuela diferente a lo que es la lógica de la escuela como institución. Si hace las cosas bien no perdería a los alumnos. Si falla es porque no encuentra respuesta, porque no la halló nunca. En realidad, planteamos otro tipo de escuela».

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