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La 'borrachera' de las alturas: el nuevo peligro del Dakar

La 'borrachera' de las alturas: el nuevo peligro del Dakar

En el Dakar los pilotos se enfrentan a las dunas, el calor, las averías y sus rivales, pero quien puede echarles del rally es otro factor

Inés Gallastegui

Jueves, 5 de enero 2017, 02:52

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Ya lo ha dicho Marc Coma, director del Dakar: el recorrido de este año, 8.818 kilómetros en 12 etapas por Paraguay, Argentina y Bolivia, será el más duro disputado en América. O sea, muy duro. «Es un desafío físico que llevará a los pilotos al mundo de la resistencia extrema», ha advertido el cinco veces campeón de la prueba sobre esta 39ª edición del rally, la novena en territorio americano. Los 500 participantes se enfrentan a etapas larguísimas -hasta 800 kilómetros-, a los calores insufribles del verano del hemisferio sur y a un paisaje inhóspito donde las irregularidades del terreno se convierten en auténticas trampas para máquinas y hombres. Para darle más emoción, la organización ha introducido restricciones al uso del GPS que harán aún más complicada la navegación. Y este año hay además un nuevo enemigo a batir: cuatro de las etapas transcurren en el Altiplano de Bolivia, a más de 3.000 metros de altitud, y el trazado supera en algún punto los 4.000. Por si fuera poco, el día de descanso en La Paz, la capital más elevada del mundo (3.625 metros), no les dará tregua. Mareos, vómitos, cansancio, insomnio y desorientación son algunos de los síntomas del mal de altura. «Produce una sensación de borrachera. No tienes el control de las cosas», relataba hace unos días el piloto del equipo Honda Joan Barreda. Un auténtico riesgo cuando uno conduce a 140 por hora en medio del polvo, por pistas de terreno inestable.

En primer lugar, hay que matizar que lo que baja con la altitud no es la proporción de oxígeno en el aire -su presencia es constante, un 20,9%, hasta los 20.000 metros- sino la presión atmosférica, que dificulta el intercambio de gases en los alveolos pulmonares. «Puedes respirar, pero lo haces como si fueras fumador o minero o tuvieras un enfisema», explica gráficamente Ángel Gutiérrez, profesor de Fisiología en la Universidad de Granada y médico-montañista del programa 'Desafío en el Himalaya' de Jesús Calleja.

Pero no hace falta irse al Everest para sufrir el mal agudo de montaña. A partir de los 2.500 metros sobre el nivel del mar pueden aparecer los primeros síntomas. El nivel de tolerancia a la falta de oxígeno depende sobre todo de las características genéticas del individuo, asegura el que fuera facultativo de la selección española de ciclismo durante ocho años. Hay quien experimenta una leve jaqueca y quien no tolera el dolor y tiene que ser evacuado de inmediato. «Los quechuas, los aymaras o los sherpas han experimentado una adaptación a la altitud extrema por selección natural», resalta Gutiérrez. Como ejemplo, recuerda que los colonos españoles que se asentaron en las tierras altas del Nuevo Continente no consiguieron procrear en los 75 primeros años.

A los pilotos del Dakar, que pasarán del nivel del mar en Asunción a los 3.000 metros, les recomienda una buena hidratación -4 o 5 litros de agua al día- y una alimentación rica en hidratos de carbono y pobre en grasas, difíciles de digerir en esas condiciones. También deben tener en cuenta que algunos somníferos deprimen el sistema respiratorio, lo que, unido a las apneas normales a tanta altitud, puede ser fatal.

Hay varias formas de aclimatarse para una prueba elevada: subirse a una montaña para pasar unos días o simular las condiciones de los 4.000 metros, mediante la llamada hipoxia intermitente -sesiones que alternan respiración normal y mascarilla de aire 'pobre'- o durmiendo en cámaras hipóxicas. Joan Barreda, Carlos Sainz, Nani Roma o Laia Sanz son algunos de los pilotos que han probado estas cámaras. El castellonense, además, vive en Andorra, por lo que practica la máxima de vivir en alto y entrenar en bajo.

De hecho, estas técnicas no solo las emplean deportistas que van a competir cerca del cielo. Los Juegos Olímpicos de 1968 en Ciudad de México (2.250 metros) -en los que se alcanzaron récords 'inhumanos', como los 8,90 metros de Bob Beamon en longitud o los 9,9 segundos de Jim Hines en los 100 metros lisos- despertaron el interés por el rendimiento deportivo en altitud.

Más glóbulos rojos

Los científicos descubrieron que, si bien una exposición repentina a la altitud tiene efectos perjudiciales, una estancia más prolongada produce en el organismo unos mecanismos de adaptación que resultan beneficiosos. En cuanto los riñones detectan la pobreza de oxígeno, comienzan a producir eritropoyetina -la famosa EPO, pero natural y legal-, lo que al cabo de unos días se traduce en un aumento de los glóbulos rojos y, por tanto, en un mejor transporte de oxígeno a los músculos, explica Ámina Alani, médica del Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, el más elevado de Europa, a 2.320 metros de altitud.

Por estas instalaciones del Consejo Superior de Deportes en Granada -22.000 metros cuadrados, una parte bajo tierra- pasan cada año decenas de deportistas en busca de tranquilidad y aire puro... y escaso. Los atletas programan ciclos de estancias de varios días o semanas, con entrenamientos minuciosamente supervisados por sus técnicos para preparar una competición o lograr una marca que les permita acceder a un campeonato o unas olimpiadas.

«Lo ideal es competir dos o tres semanas después del entrenamiento en altitud», señala Alani. Entre ellos hay practicantes de todas las disciplinas deportivas. «La producción de más glóbulos rojos favorece, en principio, el deporte aeróbico, como el atletismo, la natación o el ciclismo, pero cada vez vienen más deportistas de fuerza, halterófilos, karatekas o luchadores», añade.

La moderada elevación de la sierra andaluza -a partir de 3.000 metros es gran altura y desde 5.000, extrema- se considera idónea para el entrenamiento. «Solo el año pasado han estado en el CAR los ganadores de 34 medallas olímpicas en los Juegos de Río de Janeiro -apostilla orgulloso su director, el exboxeador Alfonso Sánchez Bernard-. Gente de la talla de la nadadora Mireia Belmonte, el piragüista Marcus Cooper Walz, el equipo británico de remo o el japonés de natación».

Ninguno de los participantes del rally Dakar ha pasado esta temporada por la residencia de deportistas a los pies del pico Veleta y cerca del Mulhacén, techo de la Península ibérica. Ayer partieron de la capital paraguaya, a escasos 40 metros sobre el nivel del mar, y el viernes dormirán ya en la boliviana Tupiza, a 2.850. Seguro que algunos ya les habrán pedido a los Reyes Magos un poco de piedad. Y entonces solo les quedarán cuatro días de tortura.

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