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Uno de los adolescentes que ha pasado por el programa Recurra-Ginso en Campus Unidos (Brea del Tajo).
Ni niños ni adultos, el enfado y la violencia adolescente

Ni niños ni adultos, el enfado y la violencia adolescente

La adolescencia es esa época en la que todos los cambios se dan a la vez: cambia el cuerpo, la voz, se va formando la verdadera personalidad... Un cóctel explosivo que genera irritabilidad e incertidumbre y convierte a los hijos en bombas a punto de estallar. Algunos, de hecho, lo hacen

pilar manzanares

Jueves, 12 de enero 2017, 08:24

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No son pocos los adolescentes que han pasado por la Unidad de Personalidad y Comportamiento del Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo. Su director médico, el doctor José Luis Carrasco, afirma que son muy comunes los casos de chicos y chicas con cierta inseguridad en el colegio que culpan a sus padres, sin saber con exactitud de qué, y que muestran agresividad en forma de faltas de respeto y expresiones insultantes hacia sus progenitores. También son muy comunes los casos de chicos que han dejado de ser cariñosos y han pasado a no vestir como era la costumbre en su casa y a rechazar hacer cualquier actividad con la familia.

¿Nos suena, verdad? No es que sea algo extraño que los adolescentes parezcan estar enfadados y que los padres se pregunten ¿qué le ha pasado a mi hijo, que era tan cariñoso?. Deberíamos echar la vista atrás y recordar cómo fuimos en la adolescencia para comprenderles mejor. Recordar que esa edad del pavo es una etapa complicada porque en ella se producen cambios físicos, hormonales y emocionales. «Cuando nuestros hijos se hacen adolescentes, empiezan a desarrollar de manera más consistente lo que será su personalidad. Comenzarán a ser de determinada manera y veremos cambios en lo que creíamos que era su personalidad. Veremos cómo actúan y piensan de manera más inteligente y madura (hablan de política, de relaciones complejas, de problemas de la familia, etc), pero podemos encontrarnos también con que aparecen comportamientos nuevos como el mal humor, el despegamiento o la irritabilidad, con contestaciones agrias que nos sorprenden», explica el doctor Carrasco, que para ayudar a los padres desorientados ha escrito, junto a las doctoras Marina Díaz Marsá, directora de la Unidad de Trastornos de la Alimentación del Hospital Clínico, y Nerea Palomares, psicóloga investigadora de la red CIBERSAM en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid, la Guía para padres de adolescentes malhumorados.

Parte del origen de este mal humor proviene de esa enorme cantidad de cambios vitales. Pero no hay que perder de vista el papel que juegan las hormonas, que causan los cambios físicos y sexuales en esta etapa. «Esos cambios hormonales, junto a la transformación física interna y externa que conllevan, son los principales responsables. La forma de sentirse a sí mismo y a los demás cambia sustancialmente», explica la doctora Díaz Marsá. Los cambios en el cuerpo del adolescente provocan además un cambio en la forma de tratarles. A veces se les ve como adultos aunque aún son niños, y otras veces se les considera niños, cuando ya se están convirtiendo en adultos, eso provoca que muchas veces se sientan infantilizados, lo cual les solivianta. Sin embargo, tampoco están preparados para ser mayores. Por ello, la doctora Palomares aconseja que el trato que se les dé combine la comunicación típica de adultos con miramientos y reprimendas propias de niños.

¿Cuándo debo consultar con un profesional?

  • muy práctico

  • Estas conductas pueden aparecer de manera aislada en los adolescentes y en general podremos lidiar con ellas. Sin embargo, cuando son repetitivas o están perjudicando la relación con nuestro hijo, es recomendable acudir a un profesional.

  • Si nuestro hijo adolescente

  • -Tiene problemas para respetar las normas en el hogar

  • -Acumula castigos

  • -Saca malas notas cuando antes era buen estudiante

  • -Insulta o agrede verbalmente de manera repetida

  • -Miente con frecuencia

  • -Parece tener una pobre autoestima

  • -No se ducha o asea con frecuencia

  • -Está casi siempre de mal humor

  • -Es violento fuera de casa

  • -Ha tenido problemas con la policía

  • -Tiene conductas sexuales promiscuas o peculiares

  • -Roba dinero y/u objetos,

  • -No respeta a la autoridad

  • -Consume alcohol o drogas

  • -Tiene conductas que indiquen pensamientos suicidas

  • Si nosotros como padres

  • -No sabemos cómo tratarle

  • -Nos agotamos cuando interactuamos con él/ella

  • -Sentimos que ya no tenemos autoridad

  • -Le tenemos miedo

  • -No confiamos en él

  • -Tenemos miedo de que se suicide

  • -Estamos preocupados por su estado de ánimo

  • -Estamos preocupados por su futuro

  • -Nos preguntamos constantemente qué hemos hecho mal

  • -No entendemos lo que quiere decirnos

  • -Nos sentimos impotentes

  • Fuente Guía para adolescentes malhumorados de la Unidad de Personalidad y Comportamiento del Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo

Todo estos ingredientes agitados en una coctelera producen en el adolescente inestabilidad emocional y sensación de vulnerabilidad, encontrándose a veces perdidos y sin entender qué les está pasando, lo que provoca sus respuestas hostiles. Y es igual en ambos sexos, solo varía la forma de manifestar ese enfado propio de la edad. «En el caso de los chicos son más frecuentes las actitudes abiertamente desafiantes, mientras que en las chicas predominan las expresiones de disgusto emocional o las autoagresiones», explica el experto del Ruber.

Los padres, el enemigo

Si hasta ahora los padres habían sido sus héroes, ahora son percibidos con ambivalencia. «Siguen siendo sus referentes, querrían que fueran sus héroes, pero les ven muchos defectos que les irritan y por los que a veces se sienten avergonzados. Suelen ser muy críticos con los padres», afirma el doctor Carrasco. ¿Cómo lidiar con todo lo que se avecina? Lo primero que un padre debe hacer es identificar el origen del malhumor sin preguntarle directamente por él. Lo mejor es mantener una comunicación diaria y en alguna conversación saldrá la pista. Hay que entender que el adolescente no se siente así por gusto. Está dolido y espera una de estas tres cosas: un consuelo, un reconocimiento o una reparación (disculpa), toca averiguar cuál. También conviene evitar frases del tipo: «Lo que tienes que hacer es... relacionarte más con la gente», ellos ya saben sus fallos, lo que no saben es cómo superarlos. Y lo mismo sucede con los consejos, mejor callarlos y cambiarlos por ideas y desterrar el yo a tu edad. Ante todo, siempre se debe mostrar interés y preocupación por ellos, y ofrecerles confort y sosiego.

Llegadas las broncas, los expertos aconsejan a los padres aguantar al máximo antes de ponerse a su nivel de enfurruñamiento y provocación. Utilizar argumentos verbales lo más razonables y universales posibles, huyendo de las posturas rígidas y egocéntricas, ayuda. Y si hay que levantar la voz, mejor que sea de manera tajante y breve. «El joven tiene toda la validez y legitimidad para discutir, pero nunca debe permitirse que las agresiones pasen sin que tengan consecuencias», aclara el doctor Carrasco. Tampoco hay que eximirles de sus deberes y obligaciones. Las normas y los límites son primordiales en el desarrollo del joven. «Los padres deben hacerles ver que ser adolescente no quiere decir que puedan enarbolar la bndera pirata y todo lo que hagan vale. Viven en una casa con unas normas, unos horarios y un respeto hacia el resto de sus habitantes y eso se debe de cumplir. Pero también deben hacerles sentir que cuando lo pasen mal van a estar ahí, comprendiéndoles, dándoles su cariño...», señala Javier Urra, psicólogo forense de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y Juzgados de Menores de Madrid, conocido por haber sido Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid y por ser autor de libros como El pequeño dictador. Y ¿ante sus peticiones? Hay que asegurarse de que la posición de los padres es razonable y de que ellos han podido exponer sus argumentos. Una negativa no puede parecer fruto de una reacción repentina.

En cuanto a las sanciones, los padres deben tener en cuenta que forman parte del proceso educativo. «Es cierto que cuando los hijos llegan a la adolescencia hay que evitar que sean muchas, de hecho al ser más responsables deberían ir disminuyendo. Ahora si se impone una hay que hacerla cumplir. Previamente, deberíamos haber hecho a nuestro hijo partícipe de las normas. Por ejemplo, tú sabes que por cada media hora que llegues tarde la próxima vez saldrás media hora menos. Y no habrá excusas que valgan. ¿De acuerdo?. Aceptada la norma, lo que suceda después ya será responsabilidad del adolescente», afirma Urra.

En no pocas ocasiones, los padres temen que sus hijos encuentren en el alcohol o las drogas su refugio y, aunque no hay una fórmula mágica porque cada persona es un mundo, la doctora Díaz Marsá aconseja mantener un control cariñoso sobre sus actividades, horarios y relaciones interpersonales. «No hay que convertir la confianza en ellos en una especie de despreocupación por lo que hacen. La comunicación es fundamental, aunque sea breve, y la cercanía afectiva es importante para evitar el aislamiento que subyace a menudo al consumo de drogas». Urra incide en que hay que hacerles saber que cuando regresen de la calle vamos a estar despiertos, vamos a querer verles y saber en qué estado llegan. «No hay nada malo en ser unos padres muy supervisores, al contrario. De hecho, nuestro hijo debe saber que de no preocuparnos así seríamos unos padres irresponsables», agrega el psicólogo. Además, los hijos deben ver buenos ejemplos en casa, de otro modo repetirán conductas que no son las mejores.

Tenemos un problema

Lo que es un cambio normal propio de adolescentes puede llegar a ser un problema importante. Dos son las señales fundamentales: la primera, si traspasa los límites de la agresividad hacia los padres de manera repetida. La segunda, si su vida académica se va deteriorando y sus relaciones interpersonales más cercanas también. «El problema del mal humor se convierte en caso clínico cuando deriva en una actitud de agresividad abierta, tanto verbal como física, hacia los demás. En muchos casos el problema pasa a ser de grado clínico porque los padres han sido demasiado intolerantes al malhumor adolescente», señala el doctor Carrasco. Conviene entonces visitar a un especialista. No solo para que ayude a los padres y al adolescente en un presente, también porque la falta de regulación del carácter en las primeras etapas de la adolescencia va a llevar a menudo a la presentación de trastornos de la personalidad y a depresiones en los siguientes años.

Si nada parece viable, si los padres ya no son capaces de manejar la situación ni visitando con su hijo a un experto, en Madrid existe una alternativa privada. Se trata del programa Recurra-Ginso, presidido por Urra. «Hay algunos jóvenes, incluso niños, que agreden verbal, emocional, psicológica y físicamente a sus padres, mayoritariamente a las madres. En el centro Campus Unidos que el programa Recurra-Ginso tiene en Brea del Tajo los chicos internados están un mínimo de diez meses y acuden, además de a clases, a diversos tipos de terapia que les hacen cambiar cognitiva y conductualmente. Eso sí, no se les admite ninguna tontería. Mientras tanto nos reunimos con los padres en Madrid dos o tres veces al mes para terapia individual, de pareja, de grupo con otros padres, y una vez al mes con su hijo, y así es como vamos tejiendo un acercamiento, porque padres e hijos quieren quererse. A día de hoy hemos visto unos 1.500 casos y el éxito aproximado es del 70%. El fracaso lo imputamos a veces a que no hemos sabido hacerlo, quizás, pero muchas veces se debe al diagnóstico del joven, que puede padecer un trastorno límite de la personalidad. También puede deberse a otras causas como haber llegado aquí demasiado tarde, a que la relación con los padres esté muy quebrada y, primordialmente, a que al salir regrese a su grupo de amigos, mayores que él y muy metidos en la droga», explica Urra.

Origen de la violencia

¿Por qué tanta violencia? Jesús Villanueva, psicólogo en Campus Unidos, nos da dos de las razones mas comunes que se dan en los inicios de los comportamientos violentos: la frustración y la tristeza. «La adolescencia es una época de mucha frustración, ellos quieren abarcar muchas cuestiones pero las pautas educativas son limitantes, y esa situación genera mucha energía que mal canalizada aumenta el riesgo de emplear la violencia. También está la tristeza, que en la adolescencia genera irritabilidad», explica, y distingue entre dos tipos de violencia: «Una es la reactiva, que tiene que ver con un me siento mal y mi forma de expresarlo es a gritos, con golpes.... Y otra es instrumental, para conseguir cosas. La violencia es una escalada en la que se empieza levantando la voz y, dependiendo del funcionamiento familiar, esos episodios se pueden reducir o irse incrementando. Normalmente si el chico obtiene beneficios con el uso de la violencia cada vez la usará más».

Eso sí, según la experiencia de los trabajadores de este centro, los problemas de convivencia de estos chicos no aparecen de pronto en la adolescencia, sino mucho antes, cuando tienen entre 6 y 8 años. «Lo que pasa es que el enfrentamiento en la adolescencia es mayor porque aparece ese proceso de individualización y en estos casos, en los que la ruptura de normas no es la habitual, todo va mucho más allá. El nivel de intensidad supera el de una adolescencia normal», explica Eduardo Atares, psicólogo y director de Campus Unidos. ¿Los motivos? «Sin contar los problemas relacionados con la salud mental, hay muchos y entran en juego diversos factores: los sociales, necesito algo y lo quiero ya, la educación que reciben en casa, la personalidad del chico, las experiencias que han vivido a lo largo de su vida, los problemas de baja autoestima, algo que tienen la mayoría de los que están aquí...», agrega Atares, quien también señala el machismo que se ve en estos jóvenes. «Un machismo que yo creo que es extrapolable a los adolescentes actuales en general. Ha habido como un retroceso en los comportamientos de igualdad de género y tanto ellos como ellas establecen relaciones muy machistas en las que el chico está por encima de la chica. De hecho, tenemos aquí un gran porcentaje de chicas, casi la mitad, que te dicen que a veces mantienen relaciones sexuales con sus parejas sin querer hacerlo para evitar que las dejen». Un panorama desolador que la sociedad y los padres pueden ayudar a cambiar, el problema es saber cómo hacerlo o pedir ayuda.

Más información sobre el programa Recurra-Ginso enhttp://recurra.es/

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