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opinión | EL POYETE

Esperando nada

ANTONIO AGUDO

Martes, 14 de febrero 2017, 01:33

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El otro día me contaron que los pasajeros de uno de los poco trenes que salen de la provincia estuvieron esperando más de dos horas al maquinista en la estación Linares-Baeza y que éste, el maquinista, no se presentó quizás pensando que un tren en Jaén es otro de esos personajes perdidos en la dimensión desconocida del blanco y negro en la España de los teleclubes. Que los trenes en Jaén ya no existen, que son una broma o una canción de los Specials. Así que jamás hizo acto de presencia en esa realidad, en esa estación ferroviaria, en la que las conferencias con Valencia siguen teniendo demora y el cartero trae cartas de los sobrinos que hacen la mili en Berga; así con be alta; y no requerimientos del paisano Montoro.

Los viajeros plantados, en el sentido literal de la palabra; hartos de tomar cafés y suizos y borrachuelos; fueron subidos a una pava, no la de Cazalilla ya que vigilaban estrechamente los animalistas los niveles de estrés reinante, con un billete de tren. Una escena en la que iban pensando se convertiría, puede que Ernesto Medina lo haga un sábado de estos en este mismo periódico, en un capítulo de otra historia de fatalismo mágico y jaenero en el que los olivos se suicidan colgando de sí mismos hartos de no alcanzar el horizonte. Así me lo contaron el otro día y me dio la quijotera por pensar en que este sucedido es el mejor símbolo de lo que pasa por estos lares. Pueblos a la espera de un maquinista o de un mecánico que haga salir de la estación este maldito convoy que sigue perdiendo vagones sin moverse siquiera. Ciudades tomando café esperando a algún Godot que se ponga en primera fila para tirar de este carro, de buena factura y mejores mulas, que no tiene cochero que las arreé.

Andamos como vaca sin cencerro por la paramera mientras que los vaqueros andan en la capital jugándose las fincas y los dineros en reuniones y cónclaves que teorizan sobre como apacentar el ganado. Así las cosas los pocos terneros que nacen, a falta de trenes y sus maquinistas, se buscan el camino con blablacares y amovenses. Eso sí los guardarraíles y subalternos que quedan en apriscos y cortijadas se siguen poniendo estupendos y de traje de pana con las piedras que sacan de los cerros, con los callejones que se llenan de pintadas y meados de gato, con los edificios principales que pierden su importancia, con los que debe este, ese y aquel y con lo que no pagan ellos ni sus preposiciones. Se siguen vistiendo de domingo y procesión para señalar los agujeros, desconchones, goteras, ruinas, desplomes, descalabros, hundimientos, baches, harapos, desaliños, desgarros, moratones, ampollas, quemaduras, desollones, cicatrices, costurones, conchas y rebabas que no se atreven a reparar. Son agrimensores esperando que llegue el sr. Klamm con las órdenes del castillo.

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