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La fuente de los Gigantones y el Paseo de la Bomba en una imagen de James Valentine de 1871.
Paseo por 'La Alameda' del Salón

Paseo por 'La Alameda' del Salón

Seiscientos pasos de longitud y dieciocho de anchura medía el Paseo de la Bomba. Había un servicio de riperts para ir a Plaza Nueva. Este es un recuerdo de la antiguamente conocida como 'La Alameda' a través de varios autores que la vivieron y la caminaron en diferentes momentos de la historia

Amanda Martínez

Sábado, 30 de abril 2016, 00:36

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Entre la Cuesta del Pescado y la de los Molinos transcurre «el paseo más amplio y hermoso de la ciudad». El escritor francés Charles Davillier, que visitó Granada en 1862 en compañía de Gustavo Doré, quedó impresionado por la belleza del entorno que comprendía el Paseo del Salón y los jardines del Genil. «No hay ninguno en España que se le pueda comparar», dijo.

En el año 1946, IDEAL publicaba una sección titulada De la Granada que fue. Su responsable, Eduardo Hernández Gómez, describía en ella los rincones más emblemáticos de la ciudad tal y como habían sido hacía décadas. Una de estas miradas retrospectivas la dedicó a la zona que un día se conoció como La Alameda. Su recuerdo se remontaba al siglo XIX, probablemente a los años en los que otro escritor viajero, Edmundo dAmicis, visitó Granada (1872). Así describió el italiano el Paseo del Salón: «Imaginen una larga vía, tan ancha que cincuenta coches pueden pasar por ella de frente, teniendo a ambos lados otras vías pequeñas, bordeadas de largas hileras de árboles enormes que forman a una gran altura una inmensa bóveda verde, tan compacta que no deja pasar un rayo de sol, y a los dos extremos de la vía central, dos fuentes monumentales, de las cuales manan grandes chorros de agua que se descomponen en fina y vaporosa lluvia: entre las dos vías, riachuelos cristalinos y en el centro un jardín de rosas, mirtos y jazmines con surtidores».

El primer Salón

El artículo de Hernández Gómez traslada al lector a una alameda. Es una imagen en blanco y negro de un paseo que «tenía en su comienzo 600 pasos de longitud y 18 de ancho», apunta el redactor de IDEAL. En su guía de Granada, Antonio Gallego Burín cuenta que en 1612 se plantó una fila de álamos, una imagen reflejada en un cuadro de Juan de Sabis, de 1636, que se conserva en el palacio Arzobispal de Granada. Se remodeló en 1715 y de nuevo durante la dominación francesa, según el diseño que proyectó el caballero veinticuatro José Marín. Entonces se talaron los árboles y se colocaron dos fuentes en ambos extremos. Había «flores de todas las especies y estaciones, cercados de piedra franca y barandas de hierro con tres puertas de entrada», continúa la descripción de Hernández Gómez. Este paseo estaba en un nivel más bajo por lo que la salida al puente Verde se hacía por una escalinata de diez peldaños: «en la parte alta había plantados grandes eucaliptos y el muro del río era una hilera de álamos, defensa insuficiente y costosa pues en las grandes avenidas el agua penetraba por diferentes sitios produciendo inundaciones y encharcamientos que destruían las plantaciones de flores». En 1810, el general francés Sebastiani mandó sustituir el viejo puente de madera verde por uno nuevo construido con piedras de la torre de la iglesia de San Jerónimo que se derribó para utilizarla como cantera.

Más de 50 fuentes

Desde sus más remotos orígenes estos paseos estuvieron adornados por numerosas fuentes. Hernández Gómez cuenta que hubo repartidas más de cincuenta que fueron desapareciendo poco a poco en las distintas reformas. La más conocida es la de los Gigantones que procedía del convento de San Agustín (que ocupaba el solar donde hoy está el mercado). Primero estuvo en el encuentro de la Carrera de la Virgen con el Salón y, en 1892, se trasladó al paseo de la Bomba para colocar en su lugar el monumento a Isabel la Católica de Mariano Benlliure. La fuente peregrina está desde 1940 en la plaza Bibrambla.

Otra de las fuentes del entorno es la que está frente a Las Titas, que venía del convento de Santa Cruz la Real. Obra del siglo XVII, es «de mármol de Elvira y bien hecha, aunque pierde mucho con los pedestales supletorios que le han añadido para igualar su altura con la de la otra fuente; tiene gran taza sostenida por leones y otra encima rematando en una figura, pésimamente restaurada», la describe Gómez Moreno en su célebre guía.

La burguesía granadina, súbitamente enriquecida con la remolacha, construyó aquí sus casas y palacetes, como el del Vizconde de Escoriaza, el antiguo colegio Alemán, hoy delegación de Cultura, o el pabellón del Liceo Artístico, hoy biblioteca.

Una Nevadina en Frasquito

El lector que se acerca al artículo de Hernández Gómez camina por el bulevar del Salón allá por mil ochocientos. La belleza principal de este paseo, la agradable vista de la sierra, se había perdido con la construcción de la azucarera de San José (que estuvo en pie hasta 1928). El transeúnte pasa junto a las oficinas y almacenes de la fábrica de papel El Blanqueo, del ingeniero alemán Fernando Wilhelmi, y por la huerta de Zafanía.

Camino de Cenes eschucha el fluir de la acequia Gorda, totalmente descubierta, que sale del Genil para regar gran parte de la vega y surtir de agua muchos barrios de la ciudad. Atrás ha dejado la puerta de los Molinos, por donde pasó el ejército cristiano el día de la toma, demolida en 1833.

Cuenta Hernández Gómez que en la esquina de la Cuesta de los Molinos, Francisco Fernández Peñalver instaló un establecimiento de comestibles y bebidas que atendía a los vecinos del barrio, a los del camino de Cenes, Vistillas de los Ángeles y huertas y caseríos del Pedregal del Genil. De este hombre eran conocidos Francisco Castaños, dueño de la Fundición Castaños (que se encontraba cerca de la calle Cortijuela) y Ramón Maurell, persona de grandes iniciativas que alentó a su amigo a que ampliara el negocio. Su principal empeño, en vista de la aceptación que entonces tenía el aguardiente de hierbas que se vendía en todas las tabernas, era que Peñalver fabricara el suyo propio a base de plantas aromáticas de Sierra Nevada. Así surgió la Nevadina, un licor que se hizo muy popular y con el que consiguió grandes beneficios. Curiosamente, cuando comenzó su producción se puso en marcha el primero de los coches ripert de tracción animal que funcionó en la capital. Se trataba de una especie de tranvía de ruedas pequeñas que rodaban sobre raíles, tirado por caballos. Su recorrido, de Plaza Nueva a la Bomba, dejaba a los granadinos en la taberna de Frasquito, como familiarmente la llamaban, para hacerse con una garrafita del rico licor. Castaños quiso aprovechar el negocio y se hizo representante de una empresa malagueña que le enviaba vinos moscatel que servía con embutidos fabricados por él mismo de las matanzas de cerdos que criaba en la Huerta Nueva del camino de Cenes, las primeras tapas que se sirvieron en la ciudad.

Pero no todo era bellaza. Aquel paraje, en los arrabales de la ciudad, al llegar la noche se quedaban en completa oscuridad. La jurisdicción de Rafael la Rosa, contratista del alumbrado de petróleo, concluía a la entrada del barrio de así que, al amparo de las tinieblas, los pícaros cometían todo tipo de delitos. Además a la acequia Gorda, que discurría descubierta entre la cuesta de los Molinos a la del Pescado, constituía un peligro para los viandantes y, olía mal porque allí iban a parar las basuras del vecindario. En una ocasión, unos pillos vertieron una importante cantidad de anilina al cauce que, al extenderse sobre las aguas, las convirtieron en tinte y volvieron de color bronce la rosadas y nacaradas pieles de un grupo de chicas que tomaban un baño en donde Don Simeón.

MÁS INFORMACIÓN

'En los jardines del Genil había más de 50 fentes'. De la Granada que fue. Eduardo Hernández Gómez. IDEAL, 23 de marzo de 1946

'El Paseo del Salón: una reforma innecesaria'. Manuel Titos Martínez. IDEAL, 11 de diciembre de 2005

'Guía de Granada'. Antonio Gallego Burín (1946)

'Guía de Granada'. Manuel Gómez Moreno

'Miscelánea de Granada'. César Girón. Editorial Comares. Granada, 1998

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